divendres, 29 de gener de 2010

El capullo de la patronal

Mal gestor
El presidente actual de la CEO no es un empresario. Es un gestor, un mal gestor.  Su última aventura ha sido el hundimiento de Air Comet.  Para el que vive de su sueldo (o intenta vivir), acostumbra a etiquetar con frecuencia de “empresario” o “patrono” a todo bicho que se mueve por las altas esferas.

Un ejemplo clarificador: Emilio Botín, del Santander es un empresario, buena parte del banco es suyo o de su familia, en cambio Alfredo Sáenz, en el BBVA es un administrador, un empleado. 

La diferencia es más sutil: empresario es aquel que se embarca en una empresa y asume un riesgo con todo su patrimonio como por ejemplo el que abre un bar o intenta mantenerlo abierto y pagar el sueldo de un camarero.  Administrador (malo) es el director de una oficina de caja de ahorros que se presenta ante el empresario diciendo que ha habido un agujero de muchos millones por lo de las hipotecas...

Se le ve el plumero
El otro día recomendaba para España las medidas más liberales:
  • Bajar los impuestos
  • Flexibilizar el despido
Y argumentaba esto diciendo que en países como Holanda, Inglaterra, etc. habían salido de la crisis con esas medidas.

Se ha olvidado detalles:
Que en esos países el trabajador percibe hasta el doble de lo que se cobra aquí
Que la prestación por desempleo es inferior en cuantía pero vitalicia. Así no hay que mendigar 420 €
Y lo más importante, las patronales, de los impuestos que pagan, costean los cursos de reciclaje obligatorios y que en España NO SE ESTAN HACIENDO.  En cambio en las listas del INEM hay gente de ERE temporal que debería acudir a cursos y, o no acude o no se convocan.

Esas son las verdaderas razones. A veces no decir las cosas al completo es peor que mentir.

© Manel Aljama (enero 2010)

dilluns, 25 de gener de 2010

SGAE otra vez



Al ver la viñeta de Ferreres en El Periódico no he podido menos que volver a colgar mi texto, que escribí mucho antes:

Se habían marchado por fin. En sus manos aún empuñaba la navaja que había esgrimido, casi inconscientemente, como único y desesperado argumento defensivo. Era consciente de su reacción primitiva, quizá animal; de que había recurrido a la amenaza de violencia al sentirse acorralado y por primera vez sin palabras. La verdad es que él siempre había tenido muy buenos argumentos. Y cuando no disponía de ellos usaba el diálogo inteligente. Algunos de sus amigos le recriminaban precisamente eso; que se parecía a veces a un viejo personaje del cine, “don erre que erre”, que había sido un poco o muy testarudo en la defensa de sus posiciones. Pero como si de un Sócrates contemporáneo se tratase, lo hacía todo con buenas intenciones, con la finalidad de mantener viva la llama del intelecto. Cuando no lo conseguía se conformaba al menos con la idea de haber sido locuaz o tal vez, haber finalizado el debate con una salida por las ramas. Pero aquel día las cosas no habían funcionado tan bien. Habían venido dos sicarios vestidos de negro y con corbata a juego, le habían conminado a que les entregase un buen porcentaje de la recaudación, casi el treinta y cinco por ciento. Una cantidad muy alta para un establecimiento como el suyo. Fueron insensibles e insistieron que la ley estaba de “su” lado. Nuestro amigo sabía que la ley la habían hecho ellos. Por más que había insistido en imponerse con sus diálogos socráticos los individuos parecía que no habían leído en su vida ni el texto de un sello de correos. Llegó a la conclusión de que el revistero de cortesía donde se amontonaban periódicos y semanarios podría tener más alma y entendimiento que ellos dos juntos. Advirtió que las cosas podían empeorar y recurrió entonces a la astucia que le había caracterizado siempre para salir de las situaciones más difíciles.
—Les pagaré, les pagaré —hizo una pausa mientras no paraba de mover la navaja barbera—, pero por favor, váyanse antes de que lleguen los primeros clientes. Esto es un establecimiento con una clientela muy fiel. Si les ven aquí no serán capaces de entrar y si no hago caja no les podré pagar el canon que me piden. A partir de ahora escucharé la música con auriculares para mí sólo y así no infringir más la ley.
Los individuos se miraron, asintieron y abandonaron el recinto. Subieron a su auto y desparecieron tan rápidos como habían llegado.

© Manel Aljama (Marzo de 2009)
Ya publiqué el mismo texto aquí   en La ley nos da la razón  en noviembre de 2009 y por supuesto en El Viajero de Las letras: La Ley nos da la Razón en marzo del mismo año.

© Viñeta Ferreres en El Periódico de Catalunya (23-1-2010)